martes, 1 de febrero de 2011

Gallardía

Las nubes se arremolinaban
sobre lo blanco del cielo,
torciendo un canto de lluvia,
domando vientos sin miedo.

La piedra se quedaba quieta,
sosteniendo en su lugar
a toda la faz de la tierra,
como si no pudiera dudar.

Las sombras se replegaban
asustadas de la tormenta
hacia el gris lavado
de la tarde incierta.

Y la cuerda resonaba
con el último acorde
de las gotas que caían
de celeste desorden.

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