Las nubes se arremolinaban
sobre lo blanco del cielo,
torciendo un canto de lluvia,
domando vientos sin miedo.
La piedra se quedaba quieta,
sosteniendo en su lugar
a toda la faz de la tierra,
como si no pudiera dudar.
Las sombras se replegaban
asustadas de la tormenta
hacia el gris lavado
de la tarde incierta.
Y la cuerda resonaba
con el último acorde
de las gotas que caían
de celeste desorden.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario