domingo, 22 de enero de 2012

Maravillas

Tienes muchos nombres
y no puedo decir ni uno:
ni sol ni estrella,
ni sueño diurno,

ni canción del cielo,
ni alondra ni liebre,
ni música que se embriaga
cuando bailas tu baile,

ni sombra en verano,
ni nieve en invierno,
ni rima fugitiva
que escapa a los versos,

ni latido en mi pecho
abanderado de tus ojos,
ni el azul de los cuadros,
ni el oro de los locos,

ni los miles de diamantes
que brillan en el lago
cuando viste la diadema
de los días santiagos,

ni esmeralda de la tierra,
ni alma de la desmesura,
ni el trino de las aves
que cantan su locura.

¡Tantos nombres
para decirte,
que ya no sé
como llamarte!

sábado, 21 de enero de 2012

Libertad

Otro prisionero más
en esta carcel
de desconcierto
y pavimento.

Que mira
por la ventana
al indómito
firmamento.

Y se pregunta
por las aves
y el abrazo
del viento.

¿Por qué no le alcanza
el consuelo
de inventar leyes
y ordenamientos?

¿Por qué sus vecinos
en otras celdas
están contentos?

Los alcaides dicen
que los muros
los hacen libres
en un mundo imperfecto.

¿Es eso la libertad?

¿O la libertad
solo es una bandera
para darles a los desesperados,
el nombre de una quimera
para que los poetas
nombren  en sus versos?

El prisionero se pregunta
si la libertad no estará
en algún lugar
adonde los profetas no llegan,
ni los gobernantes de hombres
aventuran sus mentiras,
ni los dueños del hambre
nutren sus alcancías.

Me gustaría
decirle al prisionero
que no hay lugar en
nuestras celdas
para tales pensamientos.

¿Pero quien soy
yo para decirle nada?

Solo soy
otro viejo prisionero
abandonado
en esta carcel
de desconcierto
y pavimento.

lunes, 9 de enero de 2012

Paredes de arena.

Era un día de verano
y de mar muy calma
en el que mis pasos
se perdían por la playa.

El cielo brillaba con tesón
como si no hubiera más nada
de horizonte a horizonte
que su azul y sus nubes blancas.

El mar cantaba en voz baja
en el idioma de las olas lentas
sus gestas y sus corrientes
y las del viento y la tormenta.

Me dejé caer sobre
el sostén de la arena.
¡Sus dunas hicieron como olas,
olas de mar serena!

La arena tomó mis manos
y a mi corazón un capricho.
Mis palmas ardían de piedra,
mi pecho de sueños sencillos.

Levanté un castillo de arena,
de paredes de oro liso,
de almenas orgullosas,
de sombríos pasadizos.

¿Qué más noble refugio
tuvo jamás un señor,
hijo como en mito
de una tarde de sol?

Mas se hizo hora de irme.
No era mi sino ver a las mareas
devorar a la playa entera
y derrumbar mi fortaleza.

Por que...

¿Qué le espera a la arena
cuando se yergue contra
el embate de las olas?

¿Que sabe el mar
sobre paredes y sombras
y rampas y almenas?

¿Que lugar guarda
la naturaleza
para obra tan ingenua?

No creo que el tiempo
haya perdonado
a mi frágil fortaleza.

Pero tal vez algún día
alguien camine por la playa
un distraído paseo.

Y encuentre paredes de arena.