En muchas noches como ésta,
me alejo del camino.
Me interno en la estepa
silenciosa y ciega,
hambrienta,
que hasta el sonido
de mis pasos devora.
Y llego hasta el borde del abismo.
A veces me siento en su confín,
y agacho la cabeza,
ofrendando los latidos de mi
corazón.
Sé que el abismo me espera.
Porque le gusta mi corazón,
con la forma de mil historias
como las mellas de una espada
al final de la batalla.
Como el eco de las campanas
de una iglesia lejana
que ya no inunda las esquinas
de una ciudad abandonada.
Y siempre antes de que salga el sol
y desnude lo que se oculta
detrás de horas tan oscuras,
es que tomo el oro que no tengo,
la mochila que no llevo,
y la capa que un día
se fue volando con el viento,
y sin más testigo
que lo desconocido,
desando mis pasos
hasta hallarme
de nuevo
dentro de la vera,
caprichosa,
del camino.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario