Un ejército de trovadores
ebrios de versos y canciones
tocan en sus laúdes rotos
la marcha de las ilusiones.
La gente los mira y aplaude.
Yo los escucho desde mi ventana
que da a la calle.
Desde mi corazón que da
a la calle.
Los niños ríen y empujan
de las manos a sus madres,
de las manos a sus padres.
Y todos cantan el coro
alegre, sin memoria
para más que un verso
que es el que suena ahora.
Los ancianos se sientan
en la sombra y sonríen,
pues si algo recuerdan
es la marcha de las ilusiones.
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