domingo, 24 de febrero de 2013

Pesadillas


Aquelarre de fantasmagorías
que bailan en una niebla negra
como la noche, clara como el día,

se reflejan muchas veces
en paredes de vidrio
que se hacen añicos
cuando las toco,

se hacen trizas
como sueños rotos.

Las astillas se clavan
en mis pies,
pero ni aún
así las comprendo.

Ni siquiera veo
lo que tengo
delante de mis ojos;
apenas si me contento
con adivinar a través
de un contorno borroso
como el mar a lo lejos.

Palabras que llegan desde ningún lugar
y ya nada significan,
se levantan a llenar
un silencio mustio
nacido del horror
de este mundo moribundo.

Un rayo de luz
se cuela por entre jirones
de tormenta,
evanescente en el aire
lleno de espíritus vagabundos

que buscan partir de una vez
y ser olvidados
antes que quedar atrapados
para siempre
en este laberinto
de mentiras y espejismos.

Un rayo de luz que se deshace lento,
y se detiene en los bordes
de la locura,

y conjura viejos hechizos
medio olvidados
sobre el color y forma de las cosas
que jamás deberían haber tenido.

Sólo una música
diáfana y aguda
como las estrellas blancas
e igual de lejana,
igual de pura,
es sí misma
pues nada es
si no es ilusión.

Una voz
tañe palabras
burdas
en el laúd
de una vida
que no es
más que una ilusión
mal prestidigitada.

Y cuando más altivas,
menos oídas.

Y cuando hermosas,
equivocadas.

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